lunes, 10 de mayo de 2010

Más razones para guardarnos cariño

En primer lugar, explicar que nunca antes había intentado aplicar los consejos de un libro de este estilo. Por lo tanto me es imposible compararlo con otros similares y de hecho ni siquiera sé si existen. Mi mujer compró el libro hace cosa de mes y medio y después estuvo tres semanas insistiendo en que debería leerlo. Con sinceridad lo hice más por no oírla, que porque en ningún momento pensará ponerlo en práctica, ni creyera en su utilidad.

De jóvenes, tras un par de años de novios, cada uno en una ciudad, decidí mudarme a Barcelona para poder vivir juntos. Empecé entonces a salir más a menudo con el círculo de amigos de mi mujer, y sobre todo con el que pasado el tiempo sería mi cuñado. Tanta fue la amistad que cuando él se quedó en paro, decidimos embarcarnos en un negocio propio. Negocio que no sólo nos salió bien sino que creció rápidamente. Aquellos primeros años, parecíamos el equipo perfecto. Él era el típico tío simpático, con un gran don de gentes, capaz de lograr de cualquier proveedor las mejores condiciones y de sacarle a cualquier cliente el precio más elevado. Yo me encargaba de la parte contable y de la gestión diaria, del control del personal, el papeleo. Temas que siempre se me dieron bien (hoy siguen dándoseme muy bien).

Sin embargo y a pesar del éxito económico -y no piensen tampoco que nos hicimos millonarios- poco a poco nuestra relación personal se fue deteriorando. Nuestros caracteres chocaban. El no quiso entender que a medida que crecíamos, yo debía fiscalizar cada vez más su margen para cerrar tratos. Y, ahora lo reconozco, yo no quise ver que ante la crisis que ya se sospechaba, él debía mostrarse cada vez más flexible ante el mercado.
Finalmente la situación llegó a un punto en que llegaba a afectar a nuestra vida familiar, aunque nuestras mujeres fueron lo bastante inteligentes para no sacrificar nunca su relación de hermanas y tomar partido en nuestras peleas, o para que los niños vieran que entre los “tiets” había mal rollo. Para evitar males mayores decidimos separarnos, de manera bastante civilizada dicho sea en nuestro favor, y cada uno asumió la dirección de una de las dos ramas en las que entonces se basaba el negocio.
Reconozco que entonces vi el cielo abierto: supuse que el mundo estaría lleno de tipos simpáticos y con capacidad de empatizar a los que podría contratar y que, por fin, se me reconocería que yo siempre fui el verdadero artífice del negocio. Sospecho que él pensó lo mismo, y que lo que sobraban en España eran gestores en paro.
Ambos nos equivocamos:aunque yo he encontrado un buen tipo simpático que ha sabido mantener los clientes en una mala época y por la empresa de mi cuñado han pasado ya tres contables. Ciertamente ninguno le ha robado, ni ha llevado la empresa a la quiebra. Sin embargo desde que nos separamos, los negocios se han estancado y ambos hemos encajado mal los golpes de la crisis. ¿La respuesta? La supimos ambos muy pronto. Era sencilla: en realidad ni sus contables, ni mis “tipos simpáticos” estaban peleando por algo que fuera suyo, si acaso por su sueldo, pero por nada más que el sueldo.
Aún así, durante dos años, ambos lo hemos negado, ninguno reconoció que se había equivocado, ninguno fue capaz de cruzar la mampara que ahora separa nuestras naves y decirle al otro: “lo siento, no supe valorarte”, pues los dos estábamos convencidos que había sido la prepotencia del otro la que había dado al traste con lo que podía haber sido algo grande.

Finalmente hace un par de semanas, tras leer el libro, decidí levantar el teléfono e invitarlo a tomar un café, estaba convencido que la respuesta sería del tipo “sí hombre sin problema, cualquier día de estos quedamos, ya te llamaré” (que en su lenguaje quiere decir “que te vayan dando”). Ante mi sorpresa me propuso comer juntos al día siguiente. A partir de ahí ya no volvimos al despacho esa tarde. Le conté que había leído La ley del espejo, lo que el libro proponía: le agradecí que me hubiera abierto los brazos cuando llegue a Barcelona, que hubiera sido el único dispuesto a acompañarme al futbol cuando el Rayo venía a la ciudad, las veces que su mujer y él cuidaron de mi hijo -incluso en los momentos más tensos, cuando negociábamos la división de la empresa- y otras muchas cosas. Ante mi sorpresa él supo agradecerme las veces que medie entre él y mi suegro (la relación entre ellos nunca fue buena), recordó que fui yo quién le empujo a convertirse en empresario, quién creyó en él cuando al ser despedido él mismo se infravaloraba, y ... muchas otras cosas...

En fin, digamos que fuimos capaces de recordar que teníamos muchas más razones para guardarnos cariño que para guardarnos rencor. Y reconocimos que, ambos, no éramos gente que hubiera trabajado lo suficiente la capacidad de perdonar (y se me permitirá decir -aunque ya sé que esto va contra el sentido de La ley del espejo-, que sobre todo él).

Ahora, estamos dispuestos a reconducir la situación. Sé que a mí me va a costar, pero también me he dado cuenta que los beneficios son muy superiores a los pequeños sacrificios de ego que supone aplicar el método del libro. Por cierto le he regalado un ejemplar a mi cuñado. Si le gusta y lo recomienda, seguramente conseguirán ustedes vender muchos ejemplares (es muy bueno para convencer a la gente). En ese caso ya les volveré a escribir yo para pedirles nuestra comisión. Quién sabe, a lo mejor es el principio de un nuevo negocio juntos...

E.P.F

1 comentario:

  1. Gracies per el comentari sobre el llibre, potser no ets com el teu cunyat, però també has vengut un llibre.Espero que et vagi bé

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