jueves, 23 de diciembre de 2010

Papá, gracias y perdón

Papá…

GRACIAS POR…

Tras un día duro de trabajo físico me llevabas a altas horas de la madrugada al médico a Don Francisco por mi fiebre, mis otitis, mis amígdalas… gracias por pagar tantas horas de "repaso" con Don Joaquín, Don Rafael, Don José Miguel, Don Pedro… gracias por pagarme las fiestas de moros y cristianos y haberme involucrado la cultura y sentimiento festero…gracias porque a pesar de oír malas criticas sobre mí, has aguantado el chaparrón…gracias por matricularme en FP aunque luego abandonara la electricidad…la delineación…gracias por aceptar que llevara vida bohemia…gracias por aceptar mis decisiones desde mi temprana juventud…gracias por la libertad…gracias por nunca haberme levantado la mano…gracias por mostrarme las técnicas de estudio con la era cenozoica, mesozoica, que 7x7 son 49…gracias por tus bocatas y meriendas y tus tortillas de gambitas congeladas… gracias por nunca haberme dicho que NO a nada…gracias por confiar…por tus instalaciones eléctricas en mis negocios…gracias por mi primera bici, esa “torrot BMX” plateada… gracias por mi primera moto, la”Derby Mundial” que me dejabas pilotar sin “carné” con tan solo doce años…gracias por mi traje de bodas…gracias por desvelarte por las noches cuando yo vivía en Rioja, ya que sabias que mi situación no era buena…gracias por llevarme al cole cada día…gracias por subir a balcones de la calle para rescatar mi pelota de fútbol…gracias enorgullecerte de mi cocina…gracias por hacerte el chulo con tus colegas ricachones de cuando tu hijo sale en la tele…gracias por amar a tus nietos… gracias por todos los malos momentos que has pasado por mi actitud kamikaze muy en contra de las reglas sociales… gracias por mantener en secreto muchas cosas… gracias por los cuatro “pedos” que nos hemos cogido en fiestas… gracias por haber compartido dos porros de marihuana…gracias por dejarte robar cigarrillos de “Filtro 46” y hacerte el loco…gracias por mi primer “Scalextric”… por la mesa de pim pom que hicimos con un tablero y dos mosquiteras…gracias por el crédito que me pagaste a mi mayoría de edad…gracias por venir a mis ponencias…gracias por tener una acuarela mía en tu despacho del hospital…gracias por aquel viaje a Caravaca de la Cruz en el cual tan mal lo pasaste…gracias por venir a verme a jugar a futbol sala…gracias por tu humor negro e irónico que me ha ayudado al ser plagiado a ver la vida con cierta satírica…gracias por enchufarme en algunos curros que sabias que mis alas no iban a soportar …gracias por el viaje a Salamanca, cuando iba a comprar un hotel...le falta memoria ram a este "mac" para que quepan todas las gracias...GRACIAS POR AMARME.


PAPÁ GRACIAS Y PERDÓN.

Leer todo: http://danialbors.blogspot.com/2010/12/la-ley-del-espejo.html

viernes, 9 de julio de 2010

¿Quién ve pasar los años?

"Siempre pensé que había tiempo, que todavía quedaba tiempo. Uno apenas nota pasar los días cuando te miras cada mañana al espejo ¿Quién ve pasar los años? ¿Quién, en el rostro de los que moran tan cerca, al tiempo que están tan lejos?
Sí, yo también pensé que estaba a tiempo.
Dos años después, uno descubre que un papel de fumar cabe en la ranura de un nicho ¿verdad, que nunca lo probaron?
Años después, descubres que todo lo que callaste apenas cabía en un papel de fumar. Y te preguntas si era tan difícil. Sólo les digo: Yo también creía que tenía tiempo.
La misma ley del espejo que me lo hizo escapar, me lo ha devuelto. Me lastima no haber descubierto el autentico sentido del reflejo a tiempo.

Desde el fondo de mi corazón, les agradezco la publicación del libro, lo adquirí en la red gracias al consejo de una amiga. Gracias a ti también, mi Yolanda, otra vez te portaste como una hermana."

Noray

lunes, 14 de junio de 2010

A tiempo de cambiar un poco

Tal vez me ha faltado autocrítica, pero le he regalado el libro a mi hijo para ver si, a pesar de que ya no es un niño y tiene su propia familia, todavía está a tiempo de cambiar un poco su mal carácter. Supongo que algo tendré que ver yo también, ya que somos nosotros dos los que solemos tener las discusiones, y como dicen, "dos no discuten si uno no quiere". Mi único error ha sido el sobreprotegerlo y ser a veces demasiado crítica por el miedo que tenía a que pudiera seguir los malos pasos de su padre, del cual estoy divorciada hace ya muchos años. Espero que al menos se pueda dar cuenta de que el ánimo con el que nos levantamos por la mañana influye en quienes nos rodean y en lo que nos sucede. Y que sus nietos puedan recordarlo más como un hombre cariñoso que como un hombre enfadado. Un saludo, Laura.

lunes, 10 de mayo de 2010

Más razones para guardarnos cariño

En primer lugar, explicar que nunca antes había intentado aplicar los consejos de un libro de este estilo. Por lo tanto me es imposible compararlo con otros similares y de hecho ni siquiera sé si existen. Mi mujer compró el libro hace cosa de mes y medio y después estuvo tres semanas insistiendo en que debería leerlo. Con sinceridad lo hice más por no oírla, que porque en ningún momento pensará ponerlo en práctica, ni creyera en su utilidad.

De jóvenes, tras un par de años de novios, cada uno en una ciudad, decidí mudarme a Barcelona para poder vivir juntos. Empecé entonces a salir más a menudo con el círculo de amigos de mi mujer, y sobre todo con el que pasado el tiempo sería mi cuñado. Tanta fue la amistad que cuando él se quedó en paro, decidimos embarcarnos en un negocio propio. Negocio que no sólo nos salió bien sino que creció rápidamente. Aquellos primeros años, parecíamos el equipo perfecto. Él era el típico tío simpático, con un gran don de gentes, capaz de lograr de cualquier proveedor las mejores condiciones y de sacarle a cualquier cliente el precio más elevado. Yo me encargaba de la parte contable y de la gestión diaria, del control del personal, el papeleo. Temas que siempre se me dieron bien (hoy siguen dándoseme muy bien).

Sin embargo y a pesar del éxito económico -y no piensen tampoco que nos hicimos millonarios- poco a poco nuestra relación personal se fue deteriorando. Nuestros caracteres chocaban. El no quiso entender que a medida que crecíamos, yo debía fiscalizar cada vez más su margen para cerrar tratos. Y, ahora lo reconozco, yo no quise ver que ante la crisis que ya se sospechaba, él debía mostrarse cada vez más flexible ante el mercado.
Finalmente la situación llegó a un punto en que llegaba a afectar a nuestra vida familiar, aunque nuestras mujeres fueron lo bastante inteligentes para no sacrificar nunca su relación de hermanas y tomar partido en nuestras peleas, o para que los niños vieran que entre los “tiets” había mal rollo. Para evitar males mayores decidimos separarnos, de manera bastante civilizada dicho sea en nuestro favor, y cada uno asumió la dirección de una de las dos ramas en las que entonces se basaba el negocio.
Reconozco que entonces vi el cielo abierto: supuse que el mundo estaría lleno de tipos simpáticos y con capacidad de empatizar a los que podría contratar y que, por fin, se me reconocería que yo siempre fui el verdadero artífice del negocio. Sospecho que él pensó lo mismo, y que lo que sobraban en España eran gestores en paro.
Ambos nos equivocamos:aunque yo he encontrado un buen tipo simpático que ha sabido mantener los clientes en una mala época y por la empresa de mi cuñado han pasado ya tres contables. Ciertamente ninguno le ha robado, ni ha llevado la empresa a la quiebra. Sin embargo desde que nos separamos, los negocios se han estancado y ambos hemos encajado mal los golpes de la crisis. ¿La respuesta? La supimos ambos muy pronto. Era sencilla: en realidad ni sus contables, ni mis “tipos simpáticos” estaban peleando por algo que fuera suyo, si acaso por su sueldo, pero por nada más que el sueldo.
Aún así, durante dos años, ambos lo hemos negado, ninguno reconoció que se había equivocado, ninguno fue capaz de cruzar la mampara que ahora separa nuestras naves y decirle al otro: “lo siento, no supe valorarte”, pues los dos estábamos convencidos que había sido la prepotencia del otro la que había dado al traste con lo que podía haber sido algo grande.

Finalmente hace un par de semanas, tras leer el libro, decidí levantar el teléfono e invitarlo a tomar un café, estaba convencido que la respuesta sería del tipo “sí hombre sin problema, cualquier día de estos quedamos, ya te llamaré” (que en su lenguaje quiere decir “que te vayan dando”). Ante mi sorpresa me propuso comer juntos al día siguiente. A partir de ahí ya no volvimos al despacho esa tarde. Le conté que había leído La ley del espejo, lo que el libro proponía: le agradecí que me hubiera abierto los brazos cuando llegue a Barcelona, que hubiera sido el único dispuesto a acompañarme al futbol cuando el Rayo venía a la ciudad, las veces que su mujer y él cuidaron de mi hijo -incluso en los momentos más tensos, cuando negociábamos la división de la empresa- y otras muchas cosas. Ante mi sorpresa él supo agradecerme las veces que medie entre él y mi suegro (la relación entre ellos nunca fue buena), recordó que fui yo quién le empujo a convertirse en empresario, quién creyó en él cuando al ser despedido él mismo se infravaloraba, y ... muchas otras cosas...

En fin, digamos que fuimos capaces de recordar que teníamos muchas más razones para guardarnos cariño que para guardarnos rencor. Y reconocimos que, ambos, no éramos gente que hubiera trabajado lo suficiente la capacidad de perdonar (y se me permitirá decir -aunque ya sé que esto va contra el sentido de La ley del espejo-, que sobre todo él).

Ahora, estamos dispuestos a reconducir la situación. Sé que a mí me va a costar, pero también me he dado cuenta que los beneficios son muy superiores a los pequeños sacrificios de ego que supone aplicar el método del libro. Por cierto le he regalado un ejemplar a mi cuñado. Si le gusta y lo recomienda, seguramente conseguirán ustedes vender muchos ejemplares (es muy bueno para convencer a la gente). En ese caso ya les volveré a escribir yo para pedirles nuestra comisión. Quién sabe, a lo mejor es el principio de un nuevo negocio juntos...

E.P.F

jueves, 6 de mayo de 2010

"En todo caso me tendrán que pedir perdón a mí"


"Mi expareja me fue infiel hace mucho tiempo, y aunque cuando me enteré fue muy doloroso, con el tiempo lo había ido olvidando. Después conocí a otra persona y ya casi nunca pensaba en ello. Al leer el libro pensé que yo no podía poner esta ley en práctica porque no sentía especial rencor por nadie. Que en todo caso serían otros los que deberían pedirme perdón. Pero tuve una duda momentánea y lo puse en práctica con mi expareja. Sin entrar en detalles, porque es demasiado íntimo, puedo decir que el rencor estaba en algún lugar dentro de mí. Y si lo pienso, seguro que tenía el enfado escondido en algún lugar de mi cuerpo, y que no me hacía ningún bien. Ahora siento una calma especial e incluso estoy intentando dejar de fumar."
Anna S. (Badalona)

jueves, 29 de abril de 2010

Nunca es tarde


Carta enviada por una lectora que desea quedar en el anonimato

miércoles, 28 de abril de 2010

La curiosidad es más fuerte que la vergüenza

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"Me leí el libro La ley del espejo en el trayecto Barcelona-Londres y sorprendentemente no lloré, y mira que me cuesta poco. No sería la primera vez que lloro en un avión por un libro.
Me gustó, y además la lectura fue productiva, ya que después de leerlo me propuse perdonar a una persona que me hizo una muy grande hace tiempo. De momento no me he atrevido, ya que no es nada fácil dar el primer paso cuando ha pasado tanto tiempo, pero la curiosidad es más fuerte que la vergüenza y sé que lo haré. Volveré a escribiros para explicaros lo que pase. Saludos."
Lidia A.

Lo que no nos dijimos por pereza y por miedo


"Hace algunos años murió mi padre. No me cogió desprevenido pero quedaron "cosas pendientes". Una terapeuta me propuso una solución basada en la ley del espejo, pero al ser con carácter retroactivo, ¿serviría o era ya tarde?

Tenía que plasmar en unos folios todo aquello que no hablamos en persona por pereza y por miedo. Dio bastante de si, 3 o 4 folios, pero salió todo. No quedó nada a libre interpretación, y al acabar respiré profundamente y mi alma, al fin, quedó tranquila.

Del resto se encargó el fuego, ya que quemé la carta el día de San Juan".

E.M.C. (Barcelona)

martes, 27 de abril de 2010

La carta de P.M.

P.M. es una mujer de 95 años que nació en Granada pero ha vivido casi toda su vida en Barcelona. Sus hijos viven en el extranjero y ella vive prácticamente sola. En el mismo rellano de su piso vive su sobrina, pero por un malentendido dejaron de hablarse años atrás. Ella lo siente en el alma, pero nunca se ha atrevido a volver a picar a su puerta.

Hace unos días, por consejo de una amiga, decidió poner en práctica la ley del espejo. Al principio dijo que no tenía ningún motivo para disculparse y muy poco que agradecer, pero con paciencia fueron saliendo a la luz pequeños detalles que fue apuntando en una libreta: gracias por las visitas, por hacerme compañía... y como no consideraba que tuviera que pedir perdón por nada, finalmente escribió que sentía no haberles dicho nada en los últimos años.

No se atrevió a decirlo en persona o por teléfono, así que le escribió una carta. Al día siguiente, su sobrina picó a su puerta con una caja de pasteles. Lo primero que le dijo fue que había querido dar este paso muchas veces pero nunca se había atrevido.

Sobre la ley del espejo

La ley del espejo tiene un principio muy sencillo: la realidad de nuestra vida es el espejo que refleja nuestro corazón. Así que si nos llenamos el interior únicamente de insatisfacción, cada vez ocurrirán más acontecimientos que expresarán ese descontento. En cambio, si tenemos el corazón lleno de agradecimiento, los hechos que nos sucederán todavía nos traerán más gratitud.
Es decir, lo que nos ocurre es consecuencia de lo que sucede en nuestro interior. Si miramos lo que nos pasa comprenderemos qué es lo que tenemos en el corazón, y de esta forma veremos de qué manera podemos controlar nuestra vida.

¿Qué hacemos si nos miramos en el espejo y vemos que estamos despeinados? Por mucho que intentemos arreglarlo en la imagen no lo conseguiremos. La única solución será extender la mano hacia nuestra propia cabeza.

Yoshinori Noguchi da las claves para llevar a cabo esta ley en La ley del espejo. La tarea no es fácil, ya que a veces nos encontramos con recuerdos dolorosos, con el orgullo, con los prejuicios, con el miedo... pero los resultados son sorprendentes.

Envíanos tu historia a info@comanegra.com